El "casi viernes" es un estado mental. Es el martes por la tarde cuando, de repente, un rayo de esperanza atraviesa la densa niebla de reuniones y plazos. El jueves por la mañana, cuando ya no te importa si el café está frío porque sabes que la libertad está a la vuelta de la esquina. Pero el viernes, amigos, el viernes es la utopía hecha día de la semana.
No es solo el último día de trabajo, es el día en que tu cerebro decide que ya ha hecho suficiente por la humanidad esta semana. Las últimas horas son un paseo de la victoria, un lento y majestuoso desfile hacia la puerta. Los correos electrónicos se leen, pero no se responden con la misma urgencia. El reloj se mueve más rápido que nunca. No porque haya menos trabajo, sino porque la gravedad del fin de semana te atrae con una fuerza imparable.
El viernes es el único día en el que está socialmente aceptado que te rías de los chistes más malos de tus compañeros. El único día en el que pedir una pizza a domicilio para comer es una decisión sabia en lugar de un acto de pura pereza. El día en que la lista de cosas pendientes para la semana que viene se convierte en un documento sin importancia.
El viernes no es un día, es un concepto. El concepto de que la vida, a pesar de todo, es algo maravilloso. El concepto de que, después de un lunes lleno de desesperación, un martes de resignación, un miércoles de lucha y un jueves de semi-victoria, el universo te recompensa con la paz mental de un fin de semana.